martes, 1 de septiembre de 2009

llamando trapos sin pensar

Ya no llueven vacas y se empaña la emoción. Hoy veo techos y el de la casa que no conozco es el mejor, ahí anda la sandía junto al puercoespín humeante. Observo el tren de madera que se quedó, ese que no era mio que nunca tuvo la intención de ser para mí, y sin embargo, aquí se quedó; también el muñeco de arte que está todavía en su caja y no sé si llegará algún día a su destino, se me hace que no. El verde se fue y yo disfruto su ausencia en harina, ahora todo brilla sin deslumbrar, aunque la pared larga no me quiere dejar en paz y yo ya no tengo ganas de pelear con ella. Falta un poco. No escucho nada más que un agudo sonido que se queda aquí y nunca sé de dónde viene. Grillos permanentes y otra gota que cae de vez en cuando. Hoy fue el día de las gotas. El Arlequín me mira y me acompaña porque el guardián no está, tenía una batalla que librar y yo de verdad espero que la libre sin muchos rasguños. Ya no hay memorias, una que otra que guardé celosa, otras tantas que no se quieren ir pero siguen en despedida, así es esto. Me siento y viajo un ratito a otro mes, en otro año y sonrío y luego regreso y ya no sonrío pero me siento tranquila y casi feliz... Agua de Jamaica con muchos hielos en una noche de esas en que la luna a penas asoma una uña y el dragón del bambú me quiere devorar. ¿Cuántas piezas tiene la hormiga? veintitrés.

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